Lo que nunca te he contado.
Nunca te he contado que me gusta el sonido de los violines y vivir descalza.
Y meter el brazo en las máquinas expendedoras para ver si cae algo gratis. Que mis demonios no salen más a menudo porque no les dejo y que arranco la hierba cada vez que me tumbo en el suelo, pero que la vuelvo a dejar en su sitio cuando me levanto.
Que las películas en la Toscana son mis favoritas, me gusta sonreír a la gente que va detrás de mí en la cola del supermercado y si Florencia tuviese playa sería la hostia.
Me gustan las tostadas sin mantequilla, el café bien hecho y la cerveza casi congelada.
No aguanto las líneas mal hechas, ni los zapatos puestos del revés, ni el cuchillo y el tenedor a la derecha, ni puedo llevar más de tres capas de ropa; necesito leer dos periódicos todos los días y me da grima rascar cualquier cosa áspera.
No me gusta ducharme antes de desayunar.
Tampoco me importaría morirme ahora mismo si así voy a escribir lo que hay después.
También creo:
Creo versos.
Y creo en la reencarnación, el cielo, el infierno, la nada, la desaparición, el retorno de mi alma a su mundo de origen, el karma y las personas. Sobre todo en las personas.
No sabes que tengo el peor genio del mundo si me despiertan; también el de la lámpara en el oído para conceder deseos cojos, tuertos, mudos y sordos.
Tampoco te he contado que me vacío continuamente los bolsillos en viajes y libretas, aunque aún no he encontrado ninguna de las dos cosas en las que hipotecar los pies y la tinta.
Las conversaciones interesantes me gustan; aunque las que suenan pero no tienen nada que decir son mis favoritas. Me hacen darme cuenta de lo mal que está la gente interiormente y lo inestable que estoy hoy.
Y una vez vi una película malísima, pero instauré una nueva máxima en mi lista: deberíamos tener contadas las palabras que podemos decir a lo largo de nuestra vida.
Nunca te he contado que tengo banda sonora interna: