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Y se hizo normal

Cuando decimos que se pasará es porque sabemos que se pasará.

Es como el picor de una ortiga, o cuando te quemas con el horno, o cuando te cortas pelando una patata, o cuando te das en el dedo meñique con la pata de la mesa, o cuando te dan ganas de vomitar después de beber un chupito más fuerte que tú.

Se pasa.

Como la efervescencia de la pastilla que te va a curar el dolor de cabeza pero que desgraciadamente no hace un lavado de cerebro.

Cuando hablas de faldas y pantalones y sabes que al menos en una parte del mundo hay hombres que llevan faldas de cuadros sin nada debajo y en tu casa tu madre lleva los pantalones. Como el micromachismo pero sin serlo.

Como no saber deletrear tu nombre del revés rápido pero resulta que te sabes todos los gases nobles desde que en segundo te hicieron salir al encerado a decirlos de memoria. Como poner el GPS para llegar a casa un sábado por la noche pero te acuerdas de la jodida sinapsis de las dendritas y la transmisión de información de las neuronas que acabas de asesinar vilmente esa noche y todo porque suspendiste biología en tercero y te pasaste todo el verano estudiando en la cocina de tu pueblo.

Como aguantar la respiración.

Se pasa.

Como el arroz.

Todo,

siempre,

o casi siempre,

se pasa.

Y entonces esa sensación que tenía el feriante cuando de niño subió a su primera atracción, se hizo normal.

Y el olor de tu casa, se hizo normal.

Y lo extraordinario, lo que brillaba solo, lo que no necesitaba alas porque estaba hecho de helio, lo que jamás se iba a pasar y duraría siempre, se hizo normal.

Y como todo lo normal,

se pasa,

porque se tiene que pasar.

Y que se pase es normal.

Aunque tengamos esa facilidad para encontrar el encanto a un lunar, el parecido a una nube, el olor a bosque, la escultura a un canto y la canción a una boca. Aunque nos empeñemos en contar los segundos entre línea y línea discontinua en la carretera y nos paremos en el semáforo aunque no vengan coches, aunque nos limpiemos las gafas para ver mejor, aunque cerremos los ojos cuando miramos al Sol.

El lunar se hizo normal y la boca también, porque leer el braille del lunar era vulgar y los labios estaban secos de tanto gemir.

Enérgia.

Según Aristóteles es el momento, el acto y cuando este acaba lo denomina Enteléchia. El poeta italiano Gabriele D'Annunzio la llamó "la décima musa".


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