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Sin Título.

La verborrea de los trajinados cuyo ego no cabe en su maletín es bastante parecida a la de los que les gusta ponerse hasta el culo y fardar de su visión interestelar del mundo a través de las gafas hechas del humo que coloca sus pulmones. Y el resto de sus órganos, seamos francos. A los dos prototipos les da asco la fruta confitada del roscón, fijo.

Y oye, que ninguno es tan complejo como dice y nadie tan simple como parece.

Mi mundo sería mejor si cada uno pensase dos veces lo que hace a los demás y ninguna lo que se hace a sí mismo. El grado de autolesión no es directamente proporcional a hacer lo que te apetece. Porque si haces lo que quieres, estás haciendo lo que quieres. Y eso es así. Aunque la autodecepción-desolación-desesperación y vaguería de la buena intención debería ser inexistente si supuestamente, alguien que quiere algo lo consigue porque el Universo conspira para dárselo (Cohelo, apunta: una no siempre ve claro lo que quiere).

Al final te descubres crucificada en una encrucijada que subraya con amarillo chillón pecado los momentos de debilidad intelectual y en las últimas gotas de tóner te pregunta que te apetece hacer ese día; vestir bien y dar el coñazo o fumarte un porrito y dejar que te lo den. O las dos.

O ninguna.

Que, eh, también puede ser ninguna.

La vida es fácil aquí y Feliz Navidad, dicen.


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